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martes, 6 de marzo de 2018

EL RESENTIMIENTO COMO NORMA

EL RESENTIMIENTO COMO NORMA

En general se suele entender el resentimiento, según el diccionario, como el “Sentimiento persistente de disgusto o enfado hacia alguien por considerarlo causante de cierta ofensa o daño sufridos y que se manifiesta en palabras o actos hostiles.”

La Wikipedia, recurso al que se acude con más frecuencia de lo que se confiesa, nos dice que “El resentimiento o rencor es una desazón, desabrimiento o queja que queda de un dicho o acción ofensiva que puede perdurar largo tiempo y reaparecer cuando se recuerda dicha ofensa”. Wikipedia

Son sinónimos: rencor, animosidad, odio, animadversión, resquemor, antipatía, tirria, cada quien puede elegir lo que le venga más a mano.

El caso es que la vida actual debe tener mucho de ese RESENTIMIENTO, si tomamos en consideración lo que se dice y lo que se escribe. Aunque en ningún caso se ponga de manifiesto el origen de esa actitud, su razón de ser y los argumentos que provocan su permanencia. 

Quizá sea esa la justificación de jóvenes de entre 20 y 30 años contra los hechos o las personas y leyes de antes del año 2.000, por poner un ejemplo, para cantar o escribir cosas tan ofensivas como las que lanzan en público. También el ambiente sobre la memoria histórica, la Constitución, las leyes, los convencionalismos, la forma de relacionarse con los demás, el vocabulario correcto y tantas otras cosas.

En su base puede haber algo que justifique algunas de esas conductas, pero la mayor maldad de ese RESENTIMIENTO está en que es muy difícil de distinguirlo de la pura y simple MANIPULACIÓN, porque se suele manifestar disfrazado de otras cosas (justicia y paz, por poner solo un ejemplo).

El efecto es que, una vez generada una reacción sobre un RESENTIMIENTO, en vez de resolver nada, empeoremos la situación de referencia, porque generamos ambientes negativos y tan difíciles de justificar (por generalistas y emocionales) que es imposible incluso su análisis.


Nos convendría a todos ser más transparentes y más racionales en nuestras opiniones, no caer en el “facilismo”, sino en la razón o perderemos la capacidad de enjuiciar con sentido la realidad en la que vivimos.

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